Actualmente, en medio de contextos sociopolíticos y económicos tan convulsos y volátiles, la incertidumbre debe ser incorporada, tanto en los análisis estructurales como en los de coyuntura, como algo más que un mero factor adicional a considerar. Hemos estado asistiendo a la configuración recurrente de escenarios donde la inestabilidad caracterizaba recurrentemente la descripción de los contextos a tal punto que el análisis de riesgos quedó transformado en un esencial instrumento transversal de la intervención. De esta forma, el cambio se fue convirtiendo progresivamente en una constante.
Fue entonces cuando empezamos a ver a este ineludible factor de contexto desde otra perspectiva. Ya no se trataba de un inesperado problema que debíamos resolver ocasionalmente, una vez pasados los periódicos ciclos de estabilidad que tanto conocíamos y que pertenecían definitivamente a nuestra zona de confort. En ese cambio o, dicho de otra manera, en esa constante transformación social empezamos a encontrar el auténtico propósito de nuestra intervención. Nuevamente estábamos observando la realidad tal como era: compleja, variable y contradictoria. Y entonces redescubrimos que todo el entorno contiene en sí mismo componentes transformadores que se desarrollaran progresivamente en su interior hasta lograr su cambio radical, definiendo en todo momento una dinámica dialéctica permanente.
Estas nuevas condiciones del contexto hoy nos plantean la necesidad de construir un marco teórico que nos ayude, en primer lugar, a entender completamente lo que está ocurriendo y, en segundo lugar, a actuar en medio de ese entorno cambiante. Es así como recobra inusitada importancia un enfoque que había sido diseñado y trabajado desde los años noventa del siglo pasado por diversos organismos dedicados a la promoción del desarrollo: la Teoría del Cambio.